“Al leer los 9 ejercicios de la Navidad se queda uno estupefacto por el inmenso Amor y por el inmenso sufrir de Nuestro Señor Jesucristo bendito por amor nuestro, para la salud de las almas. En ningún libro he leído, al respecto, una Revelación tan conmovedora y penetrante...”
Por la señal de la Cruz de nuestros enemigos, líbranos Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Mamá
Celestial, me uno a ti para decir con tu misma voz:
Somos nada, Dios es todo.
Pensando en nuestras mentes.
Circulando en nuestra sangre.
Mirando en nuestros ojos.
Escuchando en nuestros
oídos.
Hablando en nuestras bocas.
Respirando en nuestros respiros.
Palpitando en nuestros corazones.
Moviéndote en nuestros movimientos.
Amando y perdonando en nosotros.
Sufriendo en nuestros sufrimientos y nuestras
almas unidas a tu Voluntad, sean los crucifijos vivientes inmolados para la
gloria del Padre.
Orando en nosotros y después, ofrécete a ti
mismo esta oración como nuestra, para satisfacerte por las oraciones de todos y
para darle al Padre la gloria que deberían darle todas las criaturas. Amén.
Madre dulcísima, bien sé que llevas en tu seno al gracioso niñito Jesús; por Él es precisamente por lo que quiero venir a ti: Escóndeme en tu seno materno, une mi voluntad a la tuya y allí nos tendrás juntos a los dos. ¿No eres tú también mi Madre?... Madre Santa, déjame darle un beso a Jesús y luego a ti. Escondo en ti mi continuo “Te Amo, todos mis actos y todas mis penas de este día para rendirle un ardiente homenaje al Hijo de Dios.
En este día tú me serás Madre. Dirige todos mis pensamientos a Jesús; con tu mirada fija en Jesús, guía las mías para mirar a Jesús; une mi lengua a la tuya y así resuene unida nuestra voz para orar, para hablar siempre de amor..., Jesús estará contento al escuchar en mi voz la voz de su Madre.
Haz que mi corazón palpite en el tuyo; dirige mis afectos y mis deseos a Jesús; y mi voluntad encadenada a la tuya, forme una dulce cadena de amor y de reparación a su Corazón divino, para reconfortarlo por tantas penas y ofensas. Querida Madre, asísteme y guíame en todo; dirige mis manos a Jesús y no permitas que jamás yo me vaya a poner en una ocasión indigna con la cual pueda ofenderlo.
Escucha, oh Madre, mientras yo esté en tu seno, tu tarea sea la de hacerme del todo semejante a Jesús. que todo lo hagamos en común para que ofreciéndole todos sus actos unidos a los míos pida que venga pronto el Reino de su Voluntad Divina. De ti todo lo espero; con tus manos me darás el alimento, el trabajo, las disposiciones de lo que debo hacer, y haz que permanezca unido a ti y a Jesús. Querida Madre mía, bendíceme. AMÉN.
Que tu Bendición oh Dios mío confirme en mí y en todos, el don de tu Semejanza, confirme lo que la Divinidad hizo en la creación del hombre y renueve la Consagración con la que me consagraste a Ti en mi bautismo. Que tu bendición Señor, imprima en nosotros el triple sello de la Potencia, de la Sabiduría y del Amor de las TRES Divinas Personas; que nos restituya la fuerza, que nos sane y nos enriquezca. Que sea Señor, la confirmación de tu Semejanza, la restauración de tu Divina Voluntad, y la reintegración de tu Imagen en mí y en todas las criaturas.
Oh Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, he aquí a tu hijo, he venido para hacer y vivir en tu Voluntad. YO TE AMO, TE ADORO, TE BENDIGO, TE ALABO, TE GLORIFICO Y TE DOY GRACIAS. Te pido que infundas tu Espíritu en mí para que yo pueda orar y obrar como conviene y para que todo lo que yo haga sea para tu Gloria.
Ven Espíritu Santo, Ven por la poderosa intercesión de Nuestra Santísima Madre, tu amadísima Esposa. Abre mi mente y mi corazón, Lléname con la llama de tu Amor. Dame tus dones y tus gracias y seré creado, y renovarás la faz de la tierra. PURIFÍCAME Y SANTIFÍCAME.
YO CONFIESO ante Dios Todopoderoso, y ante ustedes hermanos que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Por eso ruego a Santa María siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a ustedes hermanos, que intercedan por mí ante Dios, Nuestro Señor. Amén.
Oh Padre Santo, perdóname la gran injusticia cometida contra Ti por mi rechazo a tu Voluntad, a tu Amor, a tu Vida; perdóname por mis pecados y los del mundo entero. Dame la Gracia para disponerme a restaurar tu Divina Voluntad en mí; para no pecar más; para dolerme.....etc.; y para darte reparación.......,etc., y poder así ser restaurado a Ti oh Padre Santo.
Oh Jesús mío, ven a obrar en mí. Que seas Tú Señor Quien lo haces TODO en mí, que seas Tú Quien lo haces TODO junto conmigo. Señor, Yo soy nada sin Ti. Ven Señor a hacerlo TODO conmigo. Yo no haré nada sin Ti y Tú no harás nada sin mí. Haz de mí lo que quieras. Quiero que mi vida sea tan solo la Tuya, y de la mía no quiero saber más nada. Yo quiero ser NADA Señor, para que Tú seas TODO en mí. ¡TU ERES TODO! TODO LO QUE TENGO ES REGALO TUYO SEÑOR.
Como por ejemplo, en una hora me transportaba con el pensamiento al paraíso y me imaginaba a la Santísima Trinidad. Al Padre que enviaba al Hijo a la tierra, al Hijo que prontamente obedecía al Querer del Padre, y al Espíritu Santo que consentía.
Mi mente se confundía al contemplar un misterio tan grande, un amor tan recíproco, tan fuerte y tan igual entre Ellos y hacia los hombres, y luego consideraba la ingratitud de los hombres y especialmente la mía...
Y en esta consideración hubiera permanecido no sólo una hora entera sino todo el día, pero una voz interna me decía:
Ir a oraciones finales al final de la Novena Hora:
Entonces mi mente se veía llevada hasta el seno materno y quedaba estupefacta al considerar a aquel Dios tan grande en el cielo y ahora tan anonadado, empequeñecido y estrechado, que no podía moverse y casi ni siquiera respirar.
La voz interior me decía:
"¿Ves cuánto te he amado? Ah, dame un lugar en tu corazón, quita todo lo que no es mío, y así me darás más facilidad para moverme y respirar."
Mi corazón se deshacía, le pedía perdón, le prometía que quería ser toda suya y me desahogaba en llanto, pero, lo digo para mi confusión, volvía a mis habituales defectos. ¡Oh Jesús, cuán bueno has sido con esta miserable criatura!
Una voz interior me decía: "Hija mía, apoya tu cabeza sobre el seno de mi Mamá, mira dentro de él a mi pequeña humanidad.
Mi amor me devoraba; los incendios, los océanos, los mares inmensos del amor de mi Divinidad me inundaban, me incendiaban, levantaban tan alto sus llamas que se elevaban y se extendían por doquier a todas las generaciones, desde el primero hasta el último hombre.
Y mi pequeña humanidad era devorada en medio de tantas llamas. Pero ¿sabes tú qué cosa me quería hacer devorar mi amor eterno? ¡Ah, las almas! Y sólo estuve contento hasta que las devoré todas, quedando todas concebidas conmigo.
Yo era Dios, tenía que obrar como Dios, debía tomarlas a todas; mi amor no me habría dado paz si hubiera excluido a alguna. Ah hija mía, mira bien en el seno de mi Mamá, fija bien los ojos en mi humanidad recién concebida y ahí encontrarás a tu alma concebida conmigo y también las llamas de mi amor que te devoraron.
¡Oh, cuánto te he amado y te amo!" Yo me perdía en medio de tanto amor y no sabía salir de ahí... Pero una voz me llamaba fuerte diciéndome: "Hija mía, esto es nada aun, estréchate más a Mí, dale tus manos a mi querida Mamá a fin de que te tenga estrechada en su seno materno, sigue contemplando a mi pequeña humanidad recién concebida y mira el cuarto exceso de mi amor."
Ir a oraciones finales al final de la Novena Hora:
"Hija mía, del amor devorante pasa a considerar mi amor obrante. Cada alma concebida me llevó el fardo de sus pecados, de sus debilidades y de sus pasiones y mi amor me ordenó tomar el fardo de cada uno y no sólo concebí a las almas sino las penas de cada una y las satisfacciones que cada una de ellas debía dar a mi Celestial Padre. Así que mi Pasión fue concebida junto conmigo.
Mírame bien en el seno de mi celestial Mamá, oh cómo mi pequeña Humanidad está atormentada; fíjate bien cómo mi pequeña cabecita está rodeada por una corona de espinas, que ciñéndome fuerte las sienes, me hace derramar ríos de lágrimas de los ojos, y no puedo moverme para secarlas...
Ah, muévete a compasión de Mí, sécame los ojos de tanto llanto, tú que tienes los brazos libres para podérmelo hacer. Estas espinas son la corona de los tantos pensamientos malos que se agolpan en las mentes humanas.
¡Oh, cómo me punzan más estos pensamientos que las espinas que produce la tierra! Pero mira más, mira qué larga crucifixión de nueve meses: no podía mover ni un dedo, ni una mano, ni un pie, estaba aquí, siempre inmóvil, no había lugar para poderme mover un poquito... ¡Qué larga y dura crucifixión! Agregando que todas las obras malas, tomando forma de clavos, me traspasaba manos y pies repetidamente..."
Y así continuaba narrándome pena por pena, todos los martirios de su pequeña Humanidad, y que querer-las decir todas sería demasiado extenso. Entonces yo me abandonaba al llanto. Oía decir en mi interior: "Hija mía, quisiera abrazarte pero no puedo, no hay espacio, estoy inmóvil, no puedo hacerlo; quisiera ir a ti pero no puedo caminar. Por ahora abrázame y ven tú a Mí y luego Yo, cuando salga del seno materno, iré a ti."
Y mientras con mi fantasía me lo abrazaba y me lo estrechaba fuertemente a mi corazón, una voz interior me decía: "Basta por ahora, hija mía, y pasa a considerar el quinto exceso de mi amor."
Entonces la voz interior seguía: "Hija mía, no te alejes de Mí, no me dejes solo, mi amor quiere compañía, este es otro exceso de mi amor: que no quiere estar solo. Pero ¿sabes tú de quién quiere compañía? De la criatura.
Mira en el seno de mi Mamá, junto conmigo están todas las criaturas concebidas en Mí. Yo estoy con ellas todo amor, quiero decirles cuánto las amo, quiero hablar con ellas para narrarles mis alegrías y mis dolores, para decirles que vine en medio de ellas para hacerlas felices, para consolarlas, y que estaré en medio de ellas como un hermanito dando a cada una todos mis bienes y mi reino a costa de mi muerte.
Quiero darles mis besos, mis caricias; quiero entretenerme con ellas. Pero ¡ay, cuántos dolores me dan! Muchas me huyen, otras se hacen las sordas y me reducen al silencio, otras desprecian mis bienes y no se preocupan de mi reino y corresponden a mis besos y mis caricias con el descuido y con el olvido de Mí, y mi entretenimiento lo convierten en amargo llanto.
¡Oh, cómo estoy solo a pesar de que estoy en medio de todos! ¡Oh, cómo me pesa mi soledad! No tengo a quien decirle ni una palabra, con quien desahogarme en amor; estoy siempre triste y callado, porque si hablo, no soy escuchado.
¡Ah, hija mía, te pido, te suplico que no me dejes solo en tanta soledad! Dame el bien de hablar con escucharme, presta oídos a mis enseñanzas, Yo soy el maestro de los maestros. ¡Ah, cuántas cosas quiero enseñarte! Si me escuchas harás que deje de llorar y me entretendré contigo. ¿No quieres tú entretenerte conmigo?"
Y mientras me abandonaba en Él, compadeciéndolo en su soledad, la voz interior continuaba: "Basta, basta, pasa a considerar el sexto exceso de mi amor."
"Hija mía, ven, ruega a mi querida Mamá que te haga un lugarcito en su seno materno para que tú misma veas el estado doloroso en el que me encuentro."
Entonces me parecía con el pensamiento que nuestra Reina Mamá, para contentar a Jesús, me hacía un pequeño lugar y me ponía dentro de su seno; pero era tal y tanta la oscuridad que no lo veía, sólo oía su respiro y Él en mi interior continuaba diciéndome: "Hija mía, mira otro exceso de mi amor.
Yo soy la luz eterna, el sol es una sombra de mi luz, y mira a dónde me ha conducido mi amor, ¡ve en qué oscura prisión estoy! No hay ni un rayo de luz, siempre es noche para Mí, y noche sin estrellas, sin reposo, siempre despierto, ¡qué pena!, la estrechez de la prisión, sin poderme mínimamente mover, las tinieblas tupidas; hasta el respiro... respiro por medio del respiro de mi Mamá, ¡oh, cómo es dificultoso!
Además agrega las tinieblas de las culpas de las criaturas, cada culpa era una noche para Mí, las cuales uniéndose, formaban un abismo de oscuridad sin confines.
¡Qué pena! ¡Oh exceso de mi amor, hacerme pasar de una inmensidad de luz, de amplitud, a una profundidad de tupidas tinieblas y de tales estrecheces hasta faltarme la libertad del respiro...! Y todo esto por amor a las criaturas."
Y mientras esto decía, gemía con gemidos sofocados por la falta de espacio, y lloraba. Yo me deshacía en llanto, le agradecía, lo compadecía, quería hacerle un poco de luz con mi amor como Él me decía... Pero ¿quién puede decir todo?
La misma voz interior agregaba: "Basta por ahora. Pasa al séptimo exceso de mi amor."
La voz interior continuaba: "Hija mía, no me dejes solo en tanta soledad y en tanta oscuridad, no salgas del seno de mi Mamá para que veas el séptimo exceso de mi amor.
Escúchame: en el seno de mi Padre celestial Yo era plenamente feliz, no había bien que no poseyera, alegrías, felicidad, todo estaba a mi disposición; los ángeles reverentes me adoraban, estaban a mis órdenes.
Ah, el exceso de mi amor – podría decir – me hizo cambiar fortuna, me restringió en esta tétrica prisión, me despojó de todas mis alegrías, felicidad y bienes para vestirme con todas las infelicidades de las criaturas, y todo esto para hacerles el cambio: para dar a ellas mi fortuna, mis alegrías y mi felicidad eterna.
Pero esto habría sido nada si no hubiera encontrado en ellas suma ingratitud y obstinada perfidia. ¡Oh, cómo mi amor eterno quedó sorprendido ante tanta ingratitud y lloró por la obstinación y perfidia del hombre!
La ingratitud fue la espina más punzante que me traspasó el corazón desde mi concepción hasta el último instante de mi vida, hasta mi muerte. Mira mi corazoncito, está herido y gotea sangre...
¡Qué pena! ¡Qué dolor siento! Hija mía, tú no me seas ingrata; la ingratitud es la pena más dura para tu Jesús, es cerrarme en la cara las puertas para dejarme afuera aterido de frío.
Pero ante tanta ingratitud mi amor no se detuvo; se puso en actitud de amor suplicante, gimiente y mendicante, y este es el octavo exceso de mi amor."
"Hija mía, no me dejes solo, apoya tu cabeza sobre el seno de mi querida Mamá y también desde afuera oirás mis gemidos, mis súplicas, y viendo que ni mis gemidos ni mis súplicas mueven a compasión de mi amor a la criatura, me pongo como el más pobre de los mendigos y extiendo mi pequeña manita pidiendo al menos por piedad, a título de limosna sus almas, sus afectos y sus corazones.
Mi amor quería vencer a cualquier costo al corazón del hombre, y viendo que después de siete excesos de mi amor permanecía reacio, se hacía el sordo, no se ocupaba de Mí ni se quería dar a Mí, mi amor quiso ir más allá, hubiera debido detenerse, ¡pero no!
Quiso salir más allá de sus límites, y desde el seno de mi Mamá hacía Yo llegar mi voz a cada corazón con los modos más insinuantes, con los ruegos más fervientes, con las palabras más penetrantes.
¿Y sabes qué le decía? Hijo mío, dame tu corazón, todo lo que tú quieras te lo daré con tal de que me des a cambio tu corazón; he bajado del cielo para tomarlo, ¡ah, no me lo niegues! ¡No defraudes mis esperanzas!
Y viéndolo reacio y que muchos me volteaban la espalda, pasaba a los gemidos, juntaba mis pequeñas manitas y llorando, con voz sofocada por los sollozos, añadía: ¡Ay, ay! Soy el pequeño mendigo, ¿ni siquiera de limosna quieres darme tu corazón?’
¿No es éste un exceso más grande de mi amor: que el Creador para acercarse a la criatura tome la forma de pequeño niño para no infundirle temor y pida al menos como limosna el corazón de la criatura, y viendo que ella no se lo quiere dar, ruega, gime y llora?"
Luego me decía: "Y tú, ¿no quieres darme tu corazón? ¿O también tú quieres que gima, que ruegue y llore para que me des tu corazón? ¿Quieres negarme la limosna que te pido?" Y mientras esto decía, yo oía que sollozaba.
Entonces decía: "Jesús mío, no llores, te doy mi corazón y toda yo misma."
Y la voz interna continuaba: "Continúa más adelante, pasa al noveno exceso de mi amor."
"Hija mía, mi estado es cada vez más doloroso... Si me amas, tu mirada tenla fija en Mí para que veas si puedes dar a tu pequeño Jesús algún consuelo, alguna palabra de amor, una caricia, un beso que dé tregua a mi llanto y a mis aflicciones.
Escucha, hija mía; después de haber dado ocho excesos de mi amor al hombre y éste tan malamente me había correspondido, mi amor no se dio por vencido y al octavo exceso quiso agregar el noveno.
Y son las ansias, los suspiros de fuego, las llamas de los deseos porque quería salir del seno materno para abrazar al hombre.
Esto reducía a mi pequeña humanidad aún no nacida, a una agonía tal que estaba a punto de dar mi último respiro, pero mi Divinidad que era inseparable de Mí, me daba sorbos de vida y tomaba de nuevo la vida para continuar mi agonía y volver a morir nuevamente...
Este fue el noveno exceso de mi amor: agonizar y morir continuamente de amor por la criatura. ¡Oh, qué larga agonía de nueve meses! ¡Oh, cómo el amor me ahogaba y me hacía morir!
Y si no hubiera tenido mi Divinidad conmigo, la cual me daba continuamente la vida cada vez que estaba por morir, el amor me habría consumado antes de salir a la luz del día."
Luego agregaba: "Mírame, escúchame cómo agonizo, cómo mi pequeño corazón late, se ahoga, arde; mírame, ahora muero." Y guardaba un profundo silencio.
Yo me sentía morir, se me helaba la sangre en las venas y temblando le decía: "Amor mío, vida mía, no te mueras, no me dejes sola. Tú quieres amor y yo te amaré, no te dejaré más, dame tus mismas llamas para poderte amar más y consumarme toda por ti."
Oh Madre Santísima, Reina y Madre de la Divina Voluntad, con tu imperio universal, impera sobre todos, a fin de que la voluntad humana ceda los derechos a la Voluntad Divina; impera sobre nuestro Dios, a fin de que el Fiat Divino descienda en los corazones, y Reine en ellos como en el Cielo, ASÍ EN LA TIERRA.
Sierva de Dios Luisa, pequeña hija de la Divina Voluntad, enséñame y ayúdame a vivir en el Divino Querer.
San José, tú serás mi protector, el custodio de mi corazón, y tendrás las llaves de mi querer en tus manos. Custodiarás mi corazón celosamente y no me lo darás más, a fin de que yo esté seguro de no hacer ninguna salida de la Voluntad de Dios.
Ángel mío Custodio, hazme de guardián, defiéndeme, ayúdame en todo, a fin de que yo pueda vivir en la Voluntad de Dios.
Corte Celestial, ven en mi ayuda, y yo viviré siempre en la Voluntad Divina.
Oh Santísima Trinidad, fundido totalmente en Jesucristo Nuestro Señor y junto con Nuestra Santísima Madre, y con todos los Santos y Ángeles, en la UNIDAD y Potencia de tu Divina Voluntad Reinante en mí, TE AMO, TE ADORO, TE BENDIGO, TE ALABO, TE GLORIFICO, TE REPARO, TE CONSUELO, TE PIDO PERDON y TE DOY GRACIAS, y en TODO con TODO y por TODOS, te pido oh Dios mío: ADVENIAT REGNUM TUUM, FIAT VOLUNTAS TUA SICUT IN COELO ET IN TERRA. ¡AMEN!
“Entonces me entregué toda a meditar la Pasión, e hizo tanto bien a mi alma, que creo que todo el bien me ha venido de esta fuente. Jesús mismo me narraba las penas por Él sufridas, y yo quedaba tan conmovida que lloraba amargamente...” (Vol. 1)
Años después, por obediencia a su confesor San Annibale Maria, también puso esas meditaciones, enseñanzas y oraciones sobre la Pasión por escrito, y es el libro “Las Horas de la Pasión”, fuente de inmensos bienes también para las almas que las leen, las meditan y oran con ellas.
Es de notar que ya desde aquí, al principio de sus manifestaciones a Luisa, Nuestro Señor le revela lo que pasaba en el interior de su pequeñísima Humanidad, las dimensiones divinas de sus sufrimientos, oraciones y actos, es decir, lo que su Divinidad obraba en su Humanidad, unidas hipostáticamente desde el instante de la Encarnación, cómo su Voluntad Divina obraba con su voluntad humana, dando comienzo así a las enseñanzas sobre su Divina Voluntad, tema característico de los escritos de Luisa, especialmente de volumen 11 en adelante.