Tercera Enseñanza
La Existencia del Purgatorio
Noviembre 28, 1899. V.3
Luisa acepta sufrir en el purgatorio para liberar algunas almas.
“… Amado mío, dame a mí el poder y te haré ver cuánto sé hacer por amor tuyo, porque en la medida que me das, en esa misma medida te daré.
Él escuchaba con sumo placer mi hablar disparatado y casi queriéndome poner a prueba me ha transportado fuera de mí misma, cerca de un lugar profundo, lleno de fuego líquido y tenebroso, daba horror y espanto el sólo verlo.
Jesús me ha dicho:
“Aquí está el purgatorio, y muchas almas están concentradas en este fuego. Irás tú a ese lugar a sufrir para liberar a aquellas almas que me agradan, y esto lo harás por amor mío.”
Yo inmediatamente, si bien temblando un poco le he dicho:
“Todo por amor tuyo, estoy dispuesta, pero debes venir Tú junto conmigo, de otra manera, si me dejas, no te dejas encontrar más, y después me haces llorar mucho.”
Y Él: “Si voy junto contigo, ¿cuál sería tu purgatorio? Esas penas con mi presencia, para ti se cambiarían en alegrías y en contentos.”
Y yo:
“Sola no quiero ir; y además, mientras estemos en ese fuego Tú estarás detrás de mis espaldas, así no te veo y aceptaré este sufrimiento.”
Así he ido a ese lugar lleno de densas tinieblas, y Él me seguía por atrás, y yo por temor de que me dejase le he tomado las manos, teniéndolas estrechadas a mis hombros.
Habiendo llegado abajo, ¿quién puede decir las penas que sufrían aquellas almas? Ciertamente son inenarrables a personas vestidas de humana carne.
Entonces, al ir yo a ese fuego, éste se apagaba y se despejaban las tinieblas, y muchas almas salían, otras quedaban aliviadas.
Después de haber estado cerca de un cuarto de hora, hemos salido y Jesús se lamentaba, y yo rápidamente le he dicho:
“Dime mi Bien, ¿por qué te lamentas? Amada vida mía, ¿tal vez he sido yo la causa porque no he querido ir sola a ese lugar de penas? Dime, dime, ¿habéis sufrido mucho al ver a esas almas sufrir? ¿Qué cosa sientes?”
Y Jesús: “Amada mía, me siento todo lleno de amarguras, tanto, que no pudiéndolas contener más, estoy por derramarlas sobre la tierra.”
Y yo: “No, no mi dulce amor, las derramarás en mí, ¿no es verdad?”
Y acercándome a su boca ha vertido un licor amarguisimo, en tanta abundancia que yo no podía contenerlo y le pedía a Él mismo que me diera la fuerza para sostenerlo, de otra manera, lo que no había dejado hacer a Nuestro Señor lo habría hecho yo, derramarlo sobre la tierra, y hacer esto me molestaba mucho; sin embargo parece que me dio la fuerza, si bien eran tantos los sufrimientos que me sentía desfallecer, pero Jesús tomándome entre sus brazos me sostenía y me decía:
“Contigo hay que ceder por fuerza, te vuelves tan molesta que me siento casi con la necesidad de contentarte.”
Fuente: Padre, Oscar Darío Rodríguez Escobar
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