Preparación para antes
de cada hora.
¡Oh, Señor mío Jesucristo!, postrado ante tu divina presencia, suplico a tu amorosísimo Corazón que quiera admitirme a la dolorosa meditación de las 24 Horas de tu Pasión, en las que por amor nuestro quisiste sufrir tanto en tu cuerpo adorable y en tu alma santísima, hasta llegar a la muerte de cruz. ¡Ah!, ayúdame, dame tu gracia, amor, profunda compasión y entendimiento de tus padecimientos, mientras medito la hora ____.
Y por aquellas horas que no puedo meditar, te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y es mi intención meditarlas durante todas aquellas horas en las que estoy obligado a ocuparme de mis deberes o a dormir. Acepta, ¡oh misericordioso Jesús mío, Señor!, mi amorosa intención, y haz que sea de provecho para mí y para muchos como si efectivamente hiciera santamente todo lo que quisiera practicar.
Te doy gracias, ¡oh Jesús mío!, por haberme llamado a unirme a ti por medio de la oración; y para complacerte todavía más, tomo tus pensamientos, tu lengua, tu Corazón y con ellos quiero orar, fundiéndome del todo en tu Voluntad y en tu amor; y extendiendo mis brazos para abrazarte, apoyo mi cabeza sobre tu Corazón y empiezo..
[ Distribución de las Horas ]
De la 1 a las 2 de la mañana
Jesús, atado, es hecho caer
en el Torrente Cedrón
¡Jesús mío, te encuentras solo! Tus purísimos ojos buscan a tu alrededor para ver si al menos te está siguiendo alguno de aquellos a quienes hiciste tanto bien, para demostrarte su amor y para defenderte... Y cuando descubres que ni uno solo te ha sido fiel, sientes que se te rompe el Corazón y te pones a llorar amargamente, pues el dolor que te causa el abandono de tus más fieles amigos es mucho mayor del que tus mismos enemigos te procuran. No llores, oh Jesús mío, o más bien, haz que yo llore contigo. Pero parece que mi amable Jesús me dice:
« ¡Ah, hijo mío!, lloremos juntos la suerte de tantas almas consagradas a mí, que por pequeñas pruebas o por incidentes de la vida ya no se preocupan de mí y me dejan solo; por tantas otras almas tímidas y cobardes, que por falta de valor y de confianza me abandonan; por tantos sacerdotes que al no sentir su propio gusto en las cosas santas, en la administración de los sacramentos, no se ocupan de mí; por otros que predican, que celebran o que confiesan por sus propios intereses y su propia gloria, y que mientras parece que están cerca de mí, siempre me dejan solo. ¡Ah, hijo mío!, ¡qué duro es para mí este abandono! No solamente me lloran los ojos, sino que me sangra el Corazón. ¡Ah!, te suplico que repares mi amargo dolor, prometiéndome que nunca me vas a dejar solo ».
Sí, ¡oh Jesús mío!, te lo prometo con la ayuda de la gracia y en la firmeza de tu Divina Voluntad.
Pero mientras lloras por el abandono de los tuyos, ¡oh Jesús!, tus enemigos no te evitan ningún ultraje que puedan hacerte. Estando así, fuertemente atado, tanto que por ti mismo no puedes dar ni un paso, te pisotean y te arrastran por aquellos caminos llenos de piedras y espinas, al grado que cualquier movimiento que te obligan a hacer, hace que te tropieces con las piedras y que te hieras con las espinas.
¡Ah, Jesús mío!, me doy cuenta que por donde te van arrastrando vas dejando las huellas de tu preciosísima sangre y de tus cabellos dorados que te arrancan de la cabeza. Vida mía y Todo mío, déjame recogerlos, para con ellos poder atar todos los pasos de las criaturas que ni siquiera de noche dejan de herirte, es más se aprovechan de la noche para herirte aún más: unos con sus reuniones, otros con sus placeres, con teatros y diversiones, y otros sirviéndose de la noche hasta para llevar a cabo robos sacrílegos. Jesús mío, me uno a ti para reparar todas estas ofensas.
Pero ya estamos en el Torrente Cedrón y los perversos judíos te empujan en él y al empujarte hacen que te golpees en una piedra que ahí se encuentra, pero con tanta fuerza, que empiezas a derramar de tu boca tu preciosísima sangre, dejando marcada aquella piedra. Y después, jalándote, te arrastran por debajo de aquellas aguas llenas de podredumbre, nauseabundas y frías. En este estado representas a lo vivo el estado deplorable de las criaturas cuando caen en el pecado. ¡Oh, cómo quedan cubiertas por dentro y por fuera con un manto de inmundicia que da asco al cielo y a cualquiera que pudiera verlas, de modo que atraen sobre ellas los rayos de la divina justicia!
¡Oh Vida de mi vida!, ¿puede haber un amor más grande? Para quitarnos este manto de inmundicia tú permites que tus enemigos te hagan caer en este torrente, y para reparar por los sacrilegios y las frialdades de las almas que te reciben sacrílegamente obligándote a entrar en sus corazones, haciéndote sentir, más que en el torrente, toda la nausea de sus almas, permites por eso que esas aguas penetren hasta en tus entrañas, al grado que tus enemigos, temiendo que vayas a ahogarte y queriendo reservarte aún mayores tormentos, te sacan de ahí, pero les causas tanta repugnancia a ellos mismos que les da asco tocarte.
Mansisimo Jesús mío, ya estás fuera del torrente. Mi corazón no resiste al verte tan bañado por estas aguas tan repugnantes. Estás temblando de pies a cabeza por el frío y mirando a tu alrededor, haciendo con los ojos lo que no haces con la voz, buscas al menos a uno sólo que te seque, que te limpie y que te caliente, pero en vano, no hallas a nadie que se mueva a compasión por ti. Tus enemigos se burlan y se ríen de ti, los tuyos te han abandonado, y tu dulce Madre se encuentra lejos de ti porque así lo ha dispuesto el Padre.
Aquí me tienes a mí, ¡oh Jesús!; ven a mis brazos pues quiero llorar hasta poderte bañar para lavarte, limpiarte y reordenarte con mis propias manos todos tus cabellos desordenados. Amor mío, quiero encerrarte en mi corazón, para calentarte con el calor de mis afectos; quiero perfumarte con mis insistentes anhelos; quiero reparar todas estas ofensas y ofrecer toda mi vida junto a la tuya para salvar a todas las almas; quiero ofrecerte mi corazón para que encuentres en él donde descansar, para poder darte algún consuelo por las penas que has sufrido hasta este momento; y después proseguiremos nuevamente el camino de tu pasión.
Reflexiones y prácticas.
En esta hora Jesús se puso a merced de sus enemigos, los cuales llegaron a tener la osadía de arrojarlo al Torrente Cedrón, pero Jesús los miraba a todos con amor, soportando todo por amor a ellos. Y nosotros, ¿nos ponemos a merced de la Voluntad de Dios?
Cuando nos sentimos débiles o tenemos la desgracia de caer en el pecado, ¿nos levantamos rápidamente para arrojarnos en los brazos de Jesús? Jesús, atormentado, fue arrojado en el Torrente Cedrón sintiendo que se ahogaba, con mucho asco y ganas de vomitar; y nosotros, ¿aborrecemos hasta la más mínima mancha y sombra de pecado? ¿Estamos dispuestos a darle un lugar a Jesús en nuestros corazones para hacer que ya no sienta las ganas de vomitar a causa de los pecados de tantas almas y para compensarlo por todas las veces que fuimos nosotros mismos la causa?
« Atormentado Jesús mío, no tengas ninguna clase de miramientos conmigo y haz que yo pueda ser objeto de tus divinas y amorosas miradas ».
Acción de gracias para
después de cada hora.
¡Amable Jesús mío!, tú me has llamado en esta Hora de tu Pasión para hacerte compañía y yo he venido. Me parecía sentirte lleno de angustia y de dolor, orando, reparando y sufriendo, y que con tus palabras más conmovedoras y elocuentes suplicabas por la salvación de todas las almas. He tratado de seguirte en todo, y ahora, teniendo que dejarte para cumplir con mis habituales obligaciones, siento el deber de decirte « gracias » y « te bendigo ».
¡Sí, oh Jesús!, gracias, te lo repito mil y mil veces, y te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos. Gracias y te bendigo por cada gota de sangre que has derramado, por cada respiro, por cada pálpito, por cada paso, palabra, mirada, amarguras y ofensas que has soportado.
Por todo, ¡oh Jesús mío!, quiero sellarte con un gracias y te bendigo. ¡Ah, Jesús!, haz que de todo mi ser salga hacia ti una corriente continua de gratitud y de bendiciones, para atraer sobre mí y sobre todos la fuente de tus bendiciones y de tus gracias.
¡Ah Jesús mío!, estréchame a tu Corazón y con tus santísimas manos sella todas las partículas de mi ser con tu bendición, para que así no pueda salir de mí más que un himno continuo de amor hacia ti.
Por eso me quedo en ti para seguirte en lo que haces, antes bien, obrarás tú mismo en mí. Y yo desde ahora dejo mis pensamientos en ti para defenderte de tus enemigos, el respiro para cortejarte y hacerte compañía, el pálpito para decirte siempre Te amo y repararte por el amor que no te dan los demás; las gotas de mi sangre para repararte y para restituirte los honores y la estima que te quitarán con los insultos, salivazos y bofetadas, y dejo mi ser para hacerte guardia.
Dulce Amor mío, debiendo atender a mis ocupaciones quiero quedarme en tu Corazón. Tengo miedo de salirme de él, pero tú me tendrás en ti, ¿no es así? Nuestros latidos se tocarán sin cesar, de modo que me darás vida, amor y estrecha e inseparable unión contigo.
¡Ah, te suplico, oh Jesús mío!, si ves que alguna vez estoy por apartarme de ti, que tus latidos se hagan más fuertes en los míos, que tus manos me estrechen más fuertemente a tu Corazón, que tus ojos me miren y me hieran con sus saetas de fuego, para que al sentirte, de inmediato yo me deje atraer hacia ti y así no se rompa nuestra íntima unión.
¡Oh Jesús mío!, hazme la guardia para que no vaya a hacer alguna de las mías. Bésame, abrázame, bendíceme y haz junto conmigo todo lo que yo debo hacer.
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