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DE LAS 2 A LAS 3 DE LA MAÑANA JESÚS ES PRESENTADO A ANÁS

PREPARACIÓN PARA 

ANTES DE CADA HORA.

¡Oh, Señor mío Jesucristo!, postrado ante tu divina presencia, suplico a tu amorosísimo Corazón que quiera admitirme a la dolorosa meditación de las 24 Horas de tu Pasión, en las que por amor nuestro quisiste sufrir tanto en tu cuerpo adorable y en tu alma santísima, hasta llegar a la muerte de cruz.
¡Ah!, ayúdame, dame tu gracia, amor, profunda compasión y entendimiento de tus padecimientos, mientras medito la hora ____.
Y por aquellas horas que no puedo meditar, te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y es mi intención meditarlas durante todas aquellas horas en las que estoy obligado a ocuparme de mis deberes o a dormir. Acepta, ¡oh misericordioso Jesús mío, Señor!, mi amorosa intención, y haz que sea de provecho para mí y para muchos como si efectivamente hiciera santamente todo lo que quisiera practicar.
Te doy gracias, ¡oh Jesús mío!, por haberme llamado a unirme a ti por medio de la oración; y para complacerte todavía más, tomo tus pensamientos, tu lengua, tu Corazón y con ellos quiero orar, fundiéndome del todo en tu Voluntad y en tu amor; y extendiendo mis brazos para abrazarte, apoyo mi cabeza sobre tu Corazón y empiezo..

De las 2 a las 3 de la mañana
Jesús es presentado a Anás.

¡Oh Jesús, quédate siempre conmigo! Madre dulcísima, sigamos juntos a Jesús.

Jesús mío, centinela divino, tú que en mi corazón velas y que no quieres seguir estando solo sin mí, me despiertas y haces que me encuentre junto contigo en la casa de Anás.

Es precisamente ese momento en el que Anás te interroga acerca de tu doctrina y de tus discípulos, y tú, ¡oh Jesús!, para defender la gloria del Padre, abres tu sacratísima boca y con voz sonora y llena de dignidad, respondes:

« Yo he hablado en público y todos los que están aquí me han escuchado ».

Al oír estas palabras tuyas llenas de dignidad, todos tiemblan; pero es tanta la perfidia, que un siervo, queriendo honrar a Anás, se acerca a ti y con mano de hierro te da una bofetada tan fuerte, que hace que te tambalees, mientras que tu rostro santísimo se pone pálido.

Ahora comprendo por qué me has despertado, dulce Vida mía. Tenías razón: ¿Quién iba a sostenerte en este momento en que estás por caer?

Tus enemigos se ríen a carcajadas satánicamente, silban y aplauden un acto tan injusto, mientras que tú, tambaleándote, no tienes a nadie en quien apoyarte.

Jesús mío, te abrazo; más aún, quiero hacer un muro con mi ser, te ofrezco mi mejilla generosamente, dispuesta a soportar cualquier pena por amor a ti. Te compadezco por este ultraje y unido a ti te reparo por la timidez de tantas almas que se desaniman fácilmente; por quienes a causa del miedo no dicen la verdad; por las faltas hacia el respeto que se le debe a los sacerdotes; y por todas las faltas que se hacen con las murmuraciones.

Pero veo afligido Jesús mío que Anás te envía a Caifás. Tus enemigos te empujan por las escaleras para que te caigas, y tú, Amor mío, en esta dolorosa caída reparas por todos aquellos que de noche caen en la culpa aprovechando la obscuridad, y también llamas a los herejes y a los infieles a la luz de la fe. Yo también quiero seguirte en tus reparaciones y mientras llegas a donde está Caifás te mando mis suspiros para defenderte de tus enemigos. Y tú, sigue haciéndome de centinela mientras duerma y despiértame cuando tengas necesidad de mí. Por eso, dame un beso y bendíceme. Adiós, beso tu Corazón y en él continúo mi sueño.

Reflexiones y prácticas.

Cuando Jesús estuvo ante Anás, éste le preguntó acerca de su doctrina y de sus discípulos; Jesús, para glorificar a su Padre, responde lo referente a su doctrina, pero no dice nada de sus discípulos para no faltar a la caridad.

Y nosotros, cuando se trata de glorificar a Dios, ¿lo hacemos con intrepidez y valor o más bien nos dejamos vencer por el respeto humano? Debemos decir siempre la verdad aunque sea delante de personas importantes. Cuando hablamos, ¿buscamos siempre hacerlo para gloria de Dios? ¿Soportamos todo con paciencia, así como Jesús, para exaltar la gloria de Dios? ¿Evitamos siempre el hablar mal del prójimo y lo disculpamos si escuchamos que alguien lo hace?

Jesús vigila nuestro corazón y nosotros, ¿vigilamos siempre su Corazón para que no haya ofensa que reciba que no sea reparada por nosotros? ¿Estamos siempre vigilando sobre nosotros mismos, para que cada pensamiento, mirada, palabra y afecto, cada latido de nuestro corazón y cada uno de nuestros deseos sean todos y cada uno, centinelas que se encuentren alrededor de Jesús para que vigilen su Corazón y le ofrezcan una reparación por cada ofensa? Y para lograr esto, ¿le pedimos a Jesús que vigile cada uno de nuestros actos y que nos ayude él mismo a vigilar nuestro corazón?

Cuando Jesús nos llama, ¿nos encontramos listos para responder a su llamada? La llamada de Dios puede hacerse sentir de diferentes maneras: con inspiraciones, con la lectura de buenos libros, con el ejemplo; puede también hacerse sentir sensiblemente con los atractivos de la gracia e incluso bajo cualquier circunstancia.

« Dulce Jesús mío, que tu voz haga eco siempre en mi corazón y que todo lo que me rodea por dentro y por fuera sea tu voz que continuamente me llame a amarte siempre, y que la armonía de tu divina voz me impida escuchar cualquier otra voz humana que me disipe ».



Acción de gracias para

 después de cada hora

¡Amable Jesús mío!, tú me has llamado en esta Hora de tu Pasión para hacerte compañía y yo he venido. Me parecía sentirte lleno de angustia y de dolor, orando, reparando y sufriendo, y que con tus palabras más conmovedoras y elocuentes suplicabas por la salvación de todas las almas. He tratado de seguirte en todo, y ahora, teniendo que dejarte para cumplir con mis habituales obligaciones, siento el deber de decirte « gracias » y « te bendigo ».
¡Sí, oh Jesús!, gracias, te lo repito mil y mil veces, y te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos. Gracias y te bendigo por cada gota de sangre que has derramado, por cada respiro, por cada pálpito, por cada paso, palabra, mirada, amarguras y ofensas que has soportado. Por todo, ¡oh Jesús mío!, quiero sellarte con un gracias y te bendigo. ¡Ah, Jesús!, haz que de todo mi ser salga hacia ti una corriente continua de gratitud y de bendiciones, para atraer sobre mí y sobre todos la fuente de tus bendiciones y de tus gracias.
¡Ah Jesús mío!, estréchame a tu Corazón y con tus santísimas manos sella todas las partículas de mi ser con tu bendición, para que así no pueda salir de mí más que un himno continuo de amor hacia ti.
Por eso me quedo en ti para seguirte en lo que haces, antes bien, obrarás tú mismo en mí. Y yo desde ahora dejo mis pensamientos en ti para defenderte de tus enemigos, el respiro para cortejarte y hacerte compañía, el pálpito para decirte siempre Te amo y repararte por el amor que no te dan los demás; las gotas de mi sangre para repararte y para restituirte los honores y la estima que te quitarán con los insultos, salivazos y bofetadas, y dejo mi ser para hacerte guardia.
Dulce Amor mío, debiendo atender a mis ocupaciones quiero quedarme en tu Corazón. Tengo miedo de salirme de él, pero tú me tendrás en ti, ¿no es así? Nuestros latidos se tocarán sin cesar, de modo que me darás vida, amor y estrecha e inseparable unión contigo. ¡Ah, te suplico, oh Jesús mío!, si ves que alguna vez estoy por apartarme de ti, que tus latidos se hagan más fuertes en los míos, que tus manos me estrechen más fuertemente a tu Corazón, que tus ojos me miren y me hieran con sus saetas de fuego, para que al sentirte, de inmediato yo me deje atraer hacia ti y así no se rompa nuestra íntima unión. ¡Oh Jesús mío!, hazme la guardia para que no vaya a hacer alguna de las mías. Bésame, abrázame, bendíceme y haz junto conmigo todo lo que yo debo hacer.

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